El sobre cerrado
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El viejo sabe dónde está el tesoro.
Ha guardado muy bien ese sobre amarillo con cinco sobres dentro. Lo puso su padre antes de morir debajo del mantelillo tejido del segundo cajón.
“Me estoy sintiendo mal”, le dijo a la abuela, “mándales decir a los muchachos que vengan el sábado”. Ella preparó la cazuela de mole y las tortillas. Los frijoles de olla y la salsa de chile. Llenó las jarras con el agua fresca de guayaba y le preguntó al viejo: “Oye, ¿vas a sacar también la botella del mezcal con gusano que te trajeron de Oaxaca?”
"Prepara los jarritos”, le respondió él, “yo lo saco al final para cuando estemos platicando”.
Están llegando los cinco hijos. Se llevan un año. No viven lejos. Dos ya se casaron y trajeron a las esposas. Una ayuda en la cocina y la otra juega a brincar la cuerda con las dos niñas. Reza el viejo una oración que incluye a los que comen, a los que no tienen qué comer y a los que hacen la comida. Es una comida platicada, saboreada, reída y felicitada. Sólo el viejo está contento, pero come poco. Se acaba el agua fresca y el viejo se levanta para traer el mezcal ya servido en los pequeños jarritos.
Debajo de la camisola trae el sobre amarillo. “No sé cuánto vaya yo a durar, hijos”, les dice. Están todos muy callados dando traguitos poco a poco. “Su abuelo me dio este sobre. Tiene el mapa de un tesoro”. Va sacando los cinco sobres más pequeños. “Éste es para ti”, le dice al mayor. “Y éste para ti”, le dice al menor. “Estos tres para cada uno de ustedes”, les dice a los demás. “Es una tierra que está en Durango. El mapa está partido en cinco pedazos. Sólo si los juntan, sabrán dónde está”...
Se ponen de acuerdo los cinco y se van juntos a Durango. Dejan los caballos atados afuera. El mayor pone su pedazo de mapa sobre la mesa de la fonda. Contiene trazos muy claros. Van los tres siguientes completando el rompecabezas. El cerro, los árboles, el pedregal, la nopalera, el camino de carreta, los pasos que hay que contar. “Sí”, dice el mayor, “pero no se orienta uno bien. Falta tu pedazo, le dice al menor”. Todo quedó completo y definido. El trozo del más chico traía la rosa de los vientos, los puntos cardinales. Era la brújula necesaria…
El viejo —ya curado—, en casa nueva y con tractor trabajando, celebra en familia su cumpleaños con vecinos invitados. El más chiquillo está con su novia y le comenta al viejo: “Nadie abrió el sobre hasta Durango. Cuidé bien el mío y por eso ya tenemos todo para la boda”… y levantó su jarrito para brindar...