‘Max’: una cadena de tragedias
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Resulta urgente que se establezcan regulaciones que impongan obligaciones estrictas a quienes desean tener mascotas que pueden ser peligrosas
De acuerdo con información difundida por la Procuraduría General de Justicia del Estado, el perro de raza pitbull, conocido como “Max”, que fuera rescatado por una asociación estadounidense dedicada a la protección de animales, luego de causar la muerte de un menor de edad en Coahuila, habría mordido a tres personas más en el Estado de California.
“En la ciudad de Los Ángeles se sigue una investigación, con motivo de que el perro pitbull ‘Max’ que mato al menor Iker, y estaba bajo la responsabilidad de Raúl Julia Levy, mordió a otra persona en los Estados Unidos… se resolverá si el animal es considerado como agresivo, de ser así el condado de Los Ángeles podría sacrificarlo”, se detalla en un comunicado.
La secuela de esta historia signada por la tragedia pareciera ser uno de esos casos clásicos en los cuales la buena fe conduce a resultados absolutamente indeseables.
Esto es así, porque una de las alternativas que existía en México, cuando el perro aún se encontraba aquí, era justamente sacrificarlo a fin de que no representara más un riesgo para nadie. Sin embargo, el actor Raúl Julia “litigó mediáticamente” el asunto abogando por la vida del animal y asegurando que en su asociación sabía qué hacer con él.
En diciembre pasado, el también activista afirmó que el proceso de “rehabilitación” del animal tomaría tres meses en las instalaciones de su fundación, pero pareciera que la realidad ha sido otra.
No se puede culpar de mala fe a quienes intentan proteger a los animales y, en este caso, a los perros. Pero resulta indispensable preguntarse si la buena fe es suficiente para tomar las mejores decisiones en casos como el que nos ocupa, en los cuales existen antecedentes trágicos.
Julia ha insistido repetidamente que no es la naturaleza del animal lo que lo lleva actuar de esta manera, sino los compartimientos agresivos que aprende en su trato con los seres humanos. Lo que ha ocurrido tras la infructuosa “rehabilitación” proporcionada por su Fundación parece contradecir sus afirmaciones.
Más allá de la anécdota, el ejemplo tendría que servirnos para que se desarrollen protocolos de actuación eficaces para este tipo de casos, a fin de que se tomen decisiones concretas que permitan evaluar con mayor certeza el grado de peligrosidad que un animal representa para los seres humanos.
Por otra parte, resulta urgente que se establezcan regulaciones que impongan obligaciones estrictas a quienes desean tener mascotas, específicamente aquellas que, como “Max”, pueden ser peligrosas debido a su temperamento o a sus cargas genéticas.
Se han perdido vidas humanas por no contar con los protocolos adecuados y por creer que para actuar con eficacia en este tipo de situaciones basta ser “sensibles”. Es de esperarse que no hagan falta más tragedias como la del niño Iker para que nos decidamos a actuar en la dirección correcta.