Opacidad
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Una caja de cristal permite ver cuanto hay en ella. Una opaca o negra puede esconder mucho, es difícil saber qué contiene, algo bueno tal vez, frecuentemente algo malo. No tiene lógica esconder algo bueno, a menos que se oculte para alcanzar un bien mayor. En la esfera de los servicios, cuando existe alguna transacción monetaria de cualquier grado o nivel, se requiere un mínimo de transparencia: Te pago cierta cantidad a cambio de determinado servicio, bajo ciertos parámetros de transparencia previamente acordados. De ahí que existan contratos.
El servicio público no tiene por qué ser distinto. Los ciudadanos pagamos impuestos al gobierno, elegimos a sus titulares o representantes, para que administren los recursos que les confiamos y los apliquen para subsanar las demandas sociales o para fondear los programas y planes que ofrecieron en campaña.
Por un retorcimiento perverso, algunos gobiernos, como el de Coahuila, tratan de hacernos creer que el dinero que gastan no es nuestro, aunque seamos nosotros lo que ponemos ese dinero cuando compramos algo (IVA); cuando nos pagan un salario u honorarios (ISR) y cuando percibimos utilidades o réditos por alguna inversión.
En México, los representantes elegidos para que administren el dinero de los ciudadanos, suelen ser los mismos que se niegan a rendir cuentas de lo que hicieron con ese dinero. Esos mismos personajes hacen una que otra obra pública y generan un ambiente social según el cual debemos festejarlos y agradecerles porque gastaron nuestro dinero: “¡¡¡Gracias señor Gobernador, etcétera!!!”
Más temprano que tarde este trajín termina mal. No hay dinero que alcance para satisfacer, por un lado, la ambición sin llenadera de un político corrupto y, por el otro, las necesidades de una sociedad con más de la mitad de su población en la pobreza. Entonces truena el sistema. Para tapar el agujero o para retrasar unos años la bancarrota, el político suele recurrir a los mismos que pagaron sus impuestos: los ciudadanos, que de pilón sufren las consecuencias de un gasto mal manejado. Se pierde competitividad frente a otros estados o países que hicieron mejor las cosas y al perder competitividad, se pierden ingresos, empleos y, al final del camino, el bolsillo ciudadano paga las consecuencias.
Existen dos herramientas fundamentales para lograr un adecuado uso de los dineros públicos: Por una lado la información puntual, completa y oportuna. Transparentar el manejo de los recursos. Transparentar la situación financiera de las personas que tienen acceso al dinero público o a las decisiones de cómo, cuándo y en qué se gasta.
Esa transparencia obliga al funcionario de Hacienda y al legislador, al que propone el presupuesto y a quienes lo aprueban; al supervisor de obra y al comité de licitación; obliga a los que intervienen en el proceso, desde la recolección de impuestos hasta su aplicación.
Si la primera herramienta se ocupa de prevenir. La segunda debe garantizar un castigo justo, ejemplar y parejo a todos los que roben lo que no es de ellos. Para que así sea, debe existir un sistema de justicia penal con una fiscalía, procuraduría o ministerio público autónomos, independientes de cualquier poder que maneje dinero.
El investigador y el juez no pueden ser un apéndice, mucho menos un súbdito de quienes debe vigilar, investigar y, en su caso, sancionar. El sistema de justicia debe estar blindado a las acusaciones falsas y garantizar que lleguen a la cárcel los verdaderos responsables. Todo ello debe transcurrir con juicios públicos, orales y ágiles, donde el acusado cuente con una defensa que evite que los inocentes paguen por algo que no hicieron.
En realidad, México no cuenta con ninguna de estas dos herramientas. La primera pudo avanzar gracias a la iniciativa ciudadana 3 de 3, pero el PRI y el PVEM la bloquearon. México requería una clase política realmente interesada en transparentar su actuación pública. Una vez más, optó por la obscuridad. Para la partidocracia, nuestros impuestos son su dinero, y en su “cultura” no sienten obligación alguna de rendirnos cuentas.
La segunda, a la luz de los hechos, no sirve para nada. Mientras tanto, los ciudadanos no vamos más allá de la protesta en redes sociales o la charla de café. Quizá el hartazgo algún día nos empuje a dar pasos más eficaces. Quizá.
Twitter: @chuyramirezr
Facebook: Chuy Ramírez