Vida de consumo: No somos productos
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En la vorágine de materialismo y apariencias, el ser humano se pierde a sí mismo y se aleja de la felicidad
“Somos un objeto de consumo que puede ser desechado”,
esta es una de las conclusiones a las cuales llega el agudo
sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017)
en su libro “Vida de Consumo”.
Comenta Bauman: “recordemos que a los consumidores los mueve la necesidad de convertirse ellos mismos en productos –reconstruirse a sí mismos para ser productos atractivos– y se ven obligados a desplegar para la tarea las mismas estratagemas y recursos utilizados por el marketing. Forzados a encontrar un nicho en el mercado para los valores que poseen o esperan desarrollar, deben seguir con atención las oscilaciones de la oferta y la demanda y no perderle pisada a las tendencias de los mercados, una tarea nada envidiable y por lo general agotadora, dada su bien conocida volatilidad”.
Remata: “los adolescentes equipados con confesionarios electrónicos portátiles no son otra cosa que aprendices entrenados en las artes de una sociedad confesional, una sociedad que se destaca por haber borrado los límites que otrora separaban lo privado de lo público, por haber convertido en virtudes y obligaciones públicas el hecho de exponer abiertamente lo privado”. Ciertísimo, producto del consumismo es también la ausencia de privacidad, sensibilidad y cordura.
HÁBITO ACTUAL
Estamos cautivos en la vorágine del materialismo, la agitación y la rapidez en la que vivimos. Pareciera que un hábito actual es procuramos múltiples máscaras; hoy si no vistes o calzas con tal o cual marca, si no vives en cierto sector de la ciudad, si no estudias en determinada escuela, si no perteneces a tal club, si careces del último modelo de automóvil, si en las vacaciones no viajas a la playa de moda o, sencillamente, si no tienes una profesión exitosa y cuentas bancarias abultadas, entonces no vales nada. Es absurdo, pero si no posees tal posición económica, entonces ni siquiera existes, por lo menos a los ojos de los otros.
Pareciera que existir depende de hacerlo todo público, de lo material, de la acumulación de bienes, de la temporalidad, de la fortuna, fama, reconocimiento o prestigio. Somos aparadores andantes, visibles, existentes y útiles sólo si hay algo económicamente interesante de mostrar.
POSIBLE ORIGEN
Nos inflamos con aire caliente tal como globos. Buscamos y tratamos de conseguir, a toda costa, lo útil, lo perecedero, lo insustancial; sin percatarnos de la sustancia de la vida: del sentido de trascendencia que de ella emana.
Esta situación posiblemente se origina en el materialismo, el egoísmo y la ignorancia; sus alcances son sencillamente impresionantes: en las empresas, por ejemplo, la lucha de poder se torna cruel y despiadada, haciendo que la organización se desgaste y pierda competitividad, al sucumbir su misión bajo el tremendo peso de estas guerras fratricidas que son innecesarias.¿Y qué decir de las relaciones interpersonales? Éstas, en muchas ocasiones, se impregnan de disputas también superfluas.
INTERMINABLE VÉRTIGO
Al vivir bombardeados por esta realidad, los muchachos –que suelen pregonar la libertad e igualdad– se dividen por razones económicas, conformando sus propias zonas de segregación y publicando las mismas.
En las propias escuelas, en ocasiones, tratan a los alumnos diferencialmente, dependiendo del poder económico de sus padres. En la política las mejores promesas mueren, asesinadas en manos de los ambiciosos, corruptos e insaciables.
Los padres de familia que caen en este vértigo terminan encauzando (inconscientemente) a sus hijos en alocadas carreras por llegar con más y siempre en primer lugar a no sé qué tantas metas.
Inclusive, en ocasiones, los matrimonios fracasan al compararse con “exitosas parejas”, con esas que ostentan más, viajan más, construyen lujosas residencias, sin percatase de los infiernos que pudieran existir silenciosa, íntima y anónimamente, con esos con quienes se contrastan.
En el caso de los pequeños, éstos, indudablemente, sufren al comparase o sentirse comparados por los adultos o sus pares.
También esta realidad afecta a buenas personas al convertirlas en arrogantes e insufribles cuando consiguen tal o cual puesto.
Inclusive, en el campo de la religión llegamos a fabricar a conveniencias, distintos Cristos: el de los pobres y el de los ricos, el de tal o cual escuela, tal o cual sacerdote, tales o cuales colonias, o tal o cual denominación.
SÓLO PERDEDORES
A causa de esta búsqueda desenfrenada e insensata, la calidad de vida, paradójicamente, se deteriora drásticamente, ya que, finalmente, en esta carrera se pierde la senda que conduce a la felicidad. De hecho, por su naturaleza, es imposible la existencia de ganadores, solamente existen perdedores.
En esta persecución también corremos el peligro de olvidar que no requerimos tanto para vivir bien; que ni el dinero, los títulos, las profesiones o puestos, son realmente necesarios para ser personas plenas.
Inclusive, podemos obviar que lo más valioso de la vida es totalmente gratuito: el tiempo para compartir con los que queremos, la luz del día, la amistad, la capacidad de asombro, la posibilidad de caminar, dormir, pensar, cantar, llorar y reír.
Que todo esto y millones de placeres sencillos están al alcance de cualquier persona, independientemente de lo que tenga o no tenga, pues no se pueden adquirir en el mercado, sino viviendo serenamente.
Posiblemente, entre más una persona tiene, su capacidad de disfrutar de los momentos simples que brindan gozo tiende a disminuir considerablemente. ¡Vaya paradoja!
UN LUGAR EN EL CEMENTERIO
Ante este asombro inicié la búsqueda de un pasaje que había leído de Martín Descalzo, el cual se relaciona con lo comentado:
“En el mundo –dice el autor– hay dos clases de hombres: los que valen por lo que son y los que sólo valen por los cargos que ocupan o por los títulos que ostentan. Los primeros están llenos; tienen el alma rebosante; pueden ocupar o no puestos importantes, pero nada ganan realmente cuando entran en ellos y nada pierden al abandonarlo. Y el día que mueren dejan un hueco en el mundo. Los segundos están tan llenos como una percha que nada vale si no se le cuelgan encima vestidos o abrigos. Empiezan no sólo a brillar, sino incluso a existir, cuando les nombran catedráticos, embajadores o ministros, y regresan a la existencia el día que pierden tratamiento y títulos. El día que mueren, lejos de dejar un hueco en el mundo, se limitan a ocuparlo en un cementerio.
“Y, a pesar de ser así las cosas, lo verdaderamente asombroso –continua Martín– es que la inmensa mayoría de las personas no luchan por “ser” alguien, sino por tener “algo”; no se apasionan por llenar sus almas, sino por ocupar un sillón; no se preguntan qué tienen por dentro, sino qué van a ponerse por fuera. Tal vez sea ésta la razón por la que en el mundo hay tantas marionetas y tan pocas, tan poquitas personas (...). Lo grave del problema es que, aunque todos sabemos que la fama, el prestigio y el poder suelen ser simples globos hinchados, nos pasamos la mitad de la vida peleándonos por lo que sabemos que es aire”.
DE TANTO AFANAR
Razón tiene Descalzo: de tantas cosas que nos colgamos, olvidamos que somos personas y no percheros, seres humanos y no escaparates, que la vida es un suspiro. De tanto afanar por poseer más, ignoramos que no somos globos hinchados, sino mortales irrepetibles, con vocación para crear y hacer. De tanto parecer, extraviamos hasta la dignidad y las razones para vivir.
Por el desbordado materialismo y consumismo, por tantísima ceguera, perdemos de vista lo que auténticamente nos distingue como seres humanos: no es el peso del tener, tampoco la cantidad y el valor de los haberes acumulados, sino lo ancho y profundo de nuestras individuales almas y la manera en que puede llegar a consumarse nuestro personal, eterno, e incomparable ser. Descubrir este sentido es un gran reto existencial.
Dijo Bauman: “Don Quijote no fue conquistador, fue conquistado. Pero en su derrota, tal como nos enseñó Cervantes, demostró que ‘la única cosa que nos queda frente a esa ineludible derrota que se llama vida es intentar comprenderla’” y eso, ante tanto consumismo e indiferencia es lo que posiblemente debamos intentar hacer, pero sin caer en el abrumador pesimismo.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo