De Pergolesi a Bruckner: Comentarios sobre la música que sintió Saltillo en octubre
COMPARTIR
Despedimos octubre con temperaturas gélidas y una ya inusual bruma otoñal, antaño común. En medio de esta atmósfera la música de Pergolesi y Mozart, dos icónicos compositores sorprendidos por la muerte en sus años de juventud, resonó en las bóvedas de la Catedral de Santiago justo en la última noche de octubre, como parte del Festival Ánimas del Desierto, organizado por el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo.
Tres agrupaciones de peso en nuestra comunidad cultural dieron vida a Lux Perpetua, nombre del concierto en el que dos inmortales obras del repertorio musical, el Stabat Mater y el Réquiem, fueron interpretadas por solistas y coro de la Compañía de Ópera de Saltillo, la Orquesta Filarmónica del Desierto y la Orquesta de Cámara de Saltillo, todos bajo la conducción del maestro Alejandro Reyes-Valdés.
La catedral albergó a un numeroso público que no se arredró ante la temperatura gélida. Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736) compuso el Stabat Mater en sus últimas semanas de vida, enfermo de tuberculosis y con la certeza de la proximidad de la muerte, para la Confraternitá dei Cavalieri della Virgine de´Dolori, estando recluido en el monasterio franciscano de Pozzuoli.
La obra vocal para dueto de soprano y contralto, orquesta de cuerdas y bajo continuo, sustituyó al Stabat Mater de Alessandro Scarlatti (1660-1725), que estaba siendo utilizado por la confraternidad para sus celebraciones de Viernes Santo y deseaba reemplazarla por una obra estilísticamente más actualizada. Pergolesi aceptó la invitación, se dio a la tarea de crearla con algo de apresuramiento sabiéndose próximo a la muerte.
La obra vocal de cámara representa todo un reto para los solistas cantantes, como todas las obras vocales de ese período musical, por su imbricado contrapunto que demanda una claridad diáfana en las cuerdas y las voces. Las disonancias que predominan en la partitura son un recurso estilístico que reflejan el dolor de María por la muerte de su hijo; el texto está basado en un poema litúrgico del s. XIII.
La lectura del maestro Reyes-Valdés se ciñó a la expresividad inherente en dicho texto, reproduciendo el sonido propio de la época al observar cuidadosamente el fraseo, la dinámica, los tempi y el entramado contrapuntístico de la pieza. Las solistas, unas jóvenes cantantes en plena formación obsequiaron una cuidadosa y vibrante interpretación.
Al igual que Pergolesi, Mozart compuso su Réquiem antes de morir. Abrumado por la enfermedad, escribió sólo parte de la obra por encargo de un noble del que no se conoce su identidad. La verdad detrás del mito apunta al conde Franz von Walsegg-Stuppach como el solicitante de dicho encargo a través de un misterioso emisario. La versión que se escuchó en la catedral de Saltillo fue la secuencia conformada por el Introitus, Kyrie, Dies Irae, Tuba mirum, Rex tremendae, Recordare, Confutatis y Lacrimosa.
La obra, cargada de timbres sombríos, acentuado por el empleo de trombones y clarinetes bajos; la tonalidad solemne de re menor; la utilización de cromatismos acentuados y la inclusión de elementos barrocos (secciones polifónicas y fugadas), todo ello confiere a la obra el sentido trágico en el que estaba desembocando la vida de Mozart.
La versión que nos obsequió Reyes-Valdés, el coro, solistas y los músicos bajo su batuta, transitó en todos estos elementos estilísticos confluyendo en una doliente Lacrimosa, plena de luminosa expresividad.
El final de la velada se dulcificó con la interpretación del Ave Verum de Mozart, un breve motete para ensamble vocal en la tonalidad de re mayor, y en la que el coro labró un sonido delineado por un legato y fraseo sublime.
La conformación de un programa de concierto o recital representa todo un reto para la imaginación y capacidades técnicas del intérprete. La feliz conjunción de tres autores arios del periodo romántico (así se anunció en la publicidad del concierto), Richard Wagner, Ludwig van Beethoven y Anton Bruckner, con tres de sus obras emblemáticas: la Overtura Tannhäuser, el Concierto para piano y orquesta en sol mayor, Op. 58 y la Sinfonía no. 1 en do menor, respectivamente, fueron interpretadas el jueves 26 de octubre por la Orquesta Filarmónica del Desierto bajo la dirección de su director concertador, Natanael Espinoza y el solista, el joven pianista zacatecano, Elías Manzo en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler.
Si bien estas tres obras no representan la cumbre musical de los autores mencionados, sí demandan una postura y solvencia musical. En Tannhäuser de Wagner y en la Sinfonía en do menor de Bruckner el rigor, energía y precisión en la lectura de Espinoza, reprodujo con creces los niveles dinámicos escritos en la partitura y el virtuosismo orquestal mostró a un conjunto en plena madurez. La expresividad y la pureza de sonido emanaron de las manos del pianista Elías Manzo, que sorteó las dificultades técnicas del cuarto Concierto para piano y orquesta de Beethoven. Salvo algunos pasajes en los que el sonido parecía carecer de energía, el resto de la ejecución mostró a un pianista en ciernes. Incursionar en este repertorio demandante muestra a una orquesta que, a ocho años de su creación, es ya un referente nacional bajo la conducción de su joven director, Natanael Espinoza.
CODA
¿Cuándo tendremos un público respetuoso en nuestras salas de concierto? Ruidoso, parlanchín, irreverente e ignorante.
Encuesta Vanguardia
https://vanguardia.com.mx/binrepository/1425x802/0c0/1200d801/none/11604/XBNX/diseno-sin-titulo-60_1-7418333_20231104003335.jpg
$urlImage